domingo, 18 de julio de 2010

Las Caricias de Dios


Los recuerdos de mi infancia están llenos de imágenes y olores. Nací y crecí en el campo, rodeada de árboles frutales, huertas de vid, flores y un arroyo que corría a un lado de mi casa. Esa imagen idílica llega a mi menta en los momentos más difíciles y en los más alegres, es como la forma de encontrar el equilibrio y al mismo tiempo la representación de la felicidad. Los olores a tierra mojada, a yerba recién cortada, a fruta… tantas cosas que hoy, me transportan a los primeros años de mi vida, a la felicidad de mi niñez.
Este día he pensado mucho en lo que ha sido mi vida… y he sido una persona bendecida desde el seno de mi madre.
Soy la menor de 10 hijos, cuando se embarazó de mi había tenido varios abortos antes y el médico le dijo que era imposible que yo naciera, había demasiadas complicaciones, su matriz estaba mal y ella corría peligro de morir… era cuestión de tiempo para que “el producto”, o sea yo, se convirtiera en un aborto más.
Pero mi madre que tiene es una mujer fuerte y con una fe en Dios como pocas veces he visto se aferró a mi. Prometió a San Martín de Porres una manda, vestirse como él durante todo el embarazo y me encomendó al santo peruano para que intercediera por nosotras ante Dios.
Una mujer de campo, no muy letrada, pero llena de fe, prometió que el hábito tendría que ser de limosna: Así que a pesar de que le dijeron que guardara reposo, caminaba y caminaba para llegar con los vecinos a pedir ayuda para comprar la tela y mandar hacer el hábito de San Martín.
Mi padre, un hombre creyente, pero muy práctico, se enojaba por eso, ya que él estaba de acuerdo en que hiciera su manda, pero que no pidiera dinero para comprar lo que necesitaba para hacerlo.
A pesar de todo, mi madre juntó el dinero, le hicieron el hábito y se vistió así. Casi a principio del embarazo le salió un tumor en la espalda… otra vez al médico y el diagnóstico fue: La opero, pero el producto muere.
Dijo que no, aguantó los dolores insoportables que le daban, porque ese tumor se le convirtió en una yaga que se le llenaba de agua y tenían que “reventar” para que pudiera “descansar” aunque fuera un poco. Esto se repetía cada dos días.
Era un tiempo en que mi madre tenía que hacer tortillas, cocinaba en una estufa que funcionaba con petróleo, que para conseguir medicinas y cosas de primera necesidad había que ir a un pueblo que está a cinco kilómetros de distancia y en donde no había automóviles.
Contra todos esos pronósticos llegué al mundo, nací con una partera y todo salió bien. Al poco tiempo, sin medicina siquiera, el tumor de mi mamá desapareció, así como llegó se fue.
Hoy tengo a mis padres con vida, ella enferma, pero controlada, él mucho más sano que ella y con muchas ganas de seguir adelante.
Tienen más de 80 años y son los pilares que nos sostienen a mis hermanos y a mi. Tengo un esposo al que amo profundamente y soy correspondida, un trabajo que me encanta…
Por todo esto soy bendecida, Dios ha prodigado amor, y aunque he tenido pérdidas dolorosas como la muerte de tres hermanos… decepciones y tristezas, me sigo sintiendo amada por Dios.
Ahora estamos en busca de nuestro hijo y espero que mi amado Sagrado Corazón lo haga llegar a nuestra vida en el momento justo, porque Él y sólo Él sabe cuándo es el día en que nuestro hogar sea nuevamente bendecido con la llegada de un nuevo ser.

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